Hace quince días tocó esperar más que andar, pero obtuvimos recompensa.
La primera espera bajo red, del todo infructuosa esperando que los arrendajos se pusieran a tiro de objetivo, ni uno a tiro más que en una ocasión, un ejemplar del que apenas dimos cuenta y que se posó muy cerca, pero cuando caímos el pájaro había volado. ¡Ley de Murphy!
Como diría una canción de Fito: "Después de romper la ola sólo nos quedó...la pluma"
Así que cansados de este malísimo chiste y de los arrendajos - mucho más listos que nosotros - nos fuimos a buscar "pelo" a una zona que consideramos buena para el ciervo.
Una hora, hora y cuarto, y absoluto silencio.
Lo mejor de esa espera -esta vez sin red- fue un grupo de buitres que nos pasó rozando a la altura de la cabeza sin apenas vernos. En silencio escuchando su aleteo y casi sintiendo el viento en la cara. Menuda sensación de libertad que nos empapó. Ya sólo por éso mereció la pena la espera.
Pero hubo otros cuantos regalos cuando estábamos casi a punto de abandonar.
De repente apareció ante nosotros...
De repente apareció ante nosotros...
¿Un gamo?
El silencio y la espera habían dado resultado.
¡Vaya imagen más mágica! Petrificado al vernos, como nosotros. Estuvimos un buen rato mirándonos. Pasados unos minutos debió pensar que éramos muy aburridos porque empezó a perder interés.
Miradas hacia un lado, hacia a otro. Hasta que decidió abandonar, no sin echarnos ojeadas de vez en cuando para tenernos controlados.
Ya lejos, después de irse con una elegancia tan grácil que nos dejó encantados -nada que envidiar a un caballo andaluz en su trote, levantando las patas de forma exagerada a cada paso, majestuoso él- aminoró el paso como si nada.
Siguiéndole con los prismáticos nos descubrió un ciervo que comía tranquilamente un poco más arriba. Los senderos son los mismos para todos. Una pena que blogger no pueda cargar el vídeo que hicimos de ambos, que creo en Facebook sí podré subir, no sé bien por qué motivo.
Se miraron casi sin inmutarse y cada uno siguió su vida. Da gusto verlos tan serenos, pocas veces hemos podido ser cómplices de su tranquilidad.
Embaucados en la observación del gamo no nos dimos cuenta de otro regalo al levantar la vista, nos había sorprendido un precioso atardecer.
Magnífico colofón para terminar.
Respirando hondo para saborearlo, nos llevamos un poco de ese aire fresco para casa en los pulmones. Cosa que ayuda a enfrentarse al resto de la semana.
El día al fin mereció la pena.
3 comentarios:
Muy buena entrada. Casi lo puedes revivir..
Es lo que tiene el aguardo a determinadas especies a las que se espera, que de cuando en cuando, nos da esquinazo y se acaba viendo otra especie no menos atractiva.
Todo vale para un día de campo.
Saludos.
Sí señor. Todo se disfruta. La salida a la naturaleza siempre compensa, hasta con el detalle más mínimo. Un saludo a ambos! Gracias!
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