Hace días oí una magnífica noticia: el lobo ha vuelto a la sierra de Madrid. Ha bajado desde Zamora y el norte, donde tiene sus reductos. Vuelve aunque sólo sea de paso, porque se cree que no hay un grupo asentado aún. Vuelve a pulular por las pocas zonas que ahora le quedan tras el aumento de la industrialización y la construcción sin control que destroza hábitats de vida animal. Quizá porque tiene más de qué alimentarse recordando que los corzos abundan más que antes por Guadalajara y provincias anexas.
El aullido del lobo, que yo sólo he conseguido oir tristemente desesperado en el Zoo de Madrid, al anochecer, hace cerca de treinta años, se vuelve a oir en las tierras de mi provincia.
Los que han conseguido oirle en libertad dicen que pone el vello de punta, que los perros domésticos ladran al oir a su antepasado aullar a la luz de la luna, al recordar su origen salvaje, al oir a su semejante en libertad. Algo domirdo en su instinto sometido y dominado por el hombre se les revuelve.
Cómo me gustan esas dos palabras: libre y salvaje. Por eso me gusta tanto este animal. Y también porque es nuestro, ibérico.
Como siempre saldrán al paso los cazadores furtivos -la cabeza de un lobo es un gran tesoro a exhibir- haciendo gala de su hombría y superioridad ante el mundo, para lo cual hay que tener un arma en la mano y matar, porque de otra forma no son capaces de demostrar que son superiores y ellos necesitan sentirlo.
Me viene a la mente el ataque (débil ataque, sólo le mordió y le arañó, cuando le podía haber destrozado de un zarpazo) de una osa a un cazador en los Pirineos. Ahora se organizarán batidas para cazar al animal porque es un peligro. Se han exigido la retirada de todos los ejemplares de oso que se soltaron en los Pirineos hace más de diez años.
Me pregunto yo sin un hombre armado con una escopeta no es considerado como una amenaza por un animal, ¿a qué tiene que esperar?, ¿a que le dispare?, ¿quién se defiende de quién?
Pues nada, echemos a todos los osos del Pirineo, que molestan. Y echemos también a los lobos de Madrid, que empiezan a molestar. Para acabar podemos construir unos cuantos chalecitos y así acabamos también con los árboles, su hábitat y los problemas.
El aullido del lobo, que yo sólo he conseguido oir tristemente desesperado en el Zoo de Madrid, al anochecer, hace cerca de treinta años, se vuelve a oir en las tierras de mi provincia.
Los que han conseguido oirle en libertad dicen que pone el vello de punta, que los perros domésticos ladran al oir a su antepasado aullar a la luz de la luna, al recordar su origen salvaje, al oir a su semejante en libertad. Algo domirdo en su instinto sometido y dominado por el hombre se les revuelve.
Cómo me gustan esas dos palabras: libre y salvaje. Por eso me gusta tanto este animal. Y también porque es nuestro, ibérico.
Como siempre saldrán al paso los cazadores furtivos -la cabeza de un lobo es un gran tesoro a exhibir- haciendo gala de su hombría y superioridad ante el mundo, para lo cual hay que tener un arma en la mano y matar, porque de otra forma no son capaces de demostrar que son superiores y ellos necesitan sentirlo.
Me viene a la mente el ataque (débil ataque, sólo le mordió y le arañó, cuando le podía haber destrozado de un zarpazo) de una osa a un cazador en los Pirineos. Ahora se organizarán batidas para cazar al animal porque es un peligro. Se han exigido la retirada de todos los ejemplares de oso que se soltaron en los Pirineos hace más de diez años.
Me pregunto yo sin un hombre armado con una escopeta no es considerado como una amenaza por un animal, ¿a qué tiene que esperar?, ¿a que le dispare?, ¿quién se defiende de quién?
Pues nada, echemos a todos los osos del Pirineo, que molestan. Y echemos también a los lobos de Madrid, que empiezan a molestar. Para acabar podemos construir unos cuantos chalecitos y así acabamos también con los árboles, su hábitat y los problemas.
Larga vida al lobo.